martes, 9 de agosto de 2011

La imposición ideológica en el contexto político actual: la interculturalidad

Hemos tenido la oportunidad de compartir con varias personas con espíritu de cambio en Bolivia. Algunas son parte del gobierno, otras son parte de instituciones privadas, otras son impulsoras y/o ejecutoras de proyectos. Un recurrente comentario ha sido el de que no debemos inscribirnos al ámbito ideológico porque este solo aporta a la recolonización. En este contexto, unos dicen que se deben utilizar metodologías corporales en los talleres de socialización y de trabajo de nuevas políticas, sin incidir en aburridas charlas sobre aspectos teóricos. Otros se atienen a que proponer cambios conceptuales e ideológicos no sirve para nada en los distintos proyectos ya que jamás se relacionan con la práctica; proponen entonces, remitirse a aspectos técnicos que vayan directo a la práctica en el campo más que todo, ya que estamos hablando de políticas de cambio que pretenden beneficiar al campesinado y a los indígenas, a modo de equilibrar el constante olvido por parte de las políticas de gobierno anteriores hacia este sector fundamental del país.
En síntesis, lo que se está proponiendo es que se pase por alto el ámbito teórico, conceptual e ideológico, y se incida en aspectos prácticos. Ante esto tenemos mucho que decir.
En primer lugar, no podemos negar que esta reflexión está bien fundada en el entendido de que todos los paradigmas utilizados por nuestro país son importados. En este sentido, escapar de esta imposición teórica y asumir solo prácticas que nazcan de los propios bolivianos parece, para algunos, ser una salida a la colonización ideológica. El problema de asumir este tipo de cambio es que no visualiza un aspecto fundamental: intentar escapar de lo ideológico para incidir en lo práctico, desde la propia idiosincrasia de nuestra identidad boliviana, sin asumir que los paradigmas externos ya se han hecho parte de esta propia identidad, es decir, sin reconocer que la colonización ideológica ya ha surtido efecto en la cotidianidad de nuestro país, es extremadamente peligroso ya que pretende descolonizar mediante prácticas que, directa y/o indirectamente, ya han sido colonizadas desde lo ideológico.
El meollo del asunto, en realidad, incide en que, sea cual sea la posición de cada persona o colectividad, la esencia de la reflexión radica en que se concibe que la teoría esta separada de la práctica, que el decir está separado del hacer. Asimismo, esto implica que se asume una ruptura entre lo material y lo inmaterial. Se cree que la palabra, escrita o hablada, no es materialidad en tanto no representa un objeto o una realidad visible y palpable. De este modo, se piensa que se puede incidir el lo práctico o en lo visible y palpable, para escapar de lo ideológico o lo no visible, no palpable.
Este contexto es extremadamente alarmante si consideramos que la filosofía dicotómica que separa a lo material de lo inmaterial deviene de Occidente; es una imposición ideológica. Por otro lado, si reconocemos que gran parte de la identidad propia y no alienada de nuestro país radica en la matriz civilizacional indígena-originaria, no podemos asumir la escisión teoría-práctica como un pensar-sentir-hacer propio de nuestra identidad debido a que las culturas originarias, en su esencia, no vivían (y las que persisten tampoco) esta dicotomía. Para lo originario la energía-materia es una sola cosa. La palabra es material, existe como un ser de la realidad que tiene autodeterminación, es decir, es un ser con su propia identidad. La palabra hablada se hace tuétano en las personas, en la naturaleza, en el cosmos. La palabra no está separada de la práctica; la palabra es práctica y viceversa, en combinación e intracombinación, sin ningún tipo de separación.
Es por demás evidente, por lo menos para nosotros, que Occidente sabe y siente esta realidad y es por eso que sus políticas colonizadoras utilizan a la ideología como un pilar fundamental para ejercer sus prácticas políticas, culturales, sociales, económicas, científicas y artísticas. Si no fuera así, entonces la evangelización y la colonización no habrían incidido en la alienación identitaria que todos conocemos. Los originarios habrían tenido la posibilidad de pasar por alto la imposición de las distintas doctrinas, y habrían mantenido sus prácticas tradicionales intactas. En general, el hecho de habérseles prohibido hablar-hacer su identidad ha permitido la colonización. Se les ha prohibido la palabra y, por ende, el hacer y viceversa.
Por otra parte, es cierto que las teorías que vienen de afuera de Bolivia no corresponden con nuestra realidad. Por ejemplo, los paradigmas de desarrollo que ingresan en Bolivia, no hacen más que provocar prácticas de involución. Pero también es evidente que a medida que avanza el tiempo, estas políticas van cumpliendo muy bien su función: destruir la identidad en nuestro país para implantar la lógica devoradora del capitalismo y del neo-neoliberalismo. En síntesis, las ideologías impuestas tienen su fruto en la práctica, no están separadas. O acaso ¿no nos parecemos cada vez un poquito más a las ciudades desarrolladas?, ¿no asumimos los valores de la modernidad poco a poco? No nos engañemos. Si bien estas imposiciones ideológicas no se corresponden con nuestra realidad, sí son coherentes con la realidad que quieren imponer y, de hecho, la imponen; el resultado son nuestras prácticas cotidianas que cada vez son más conexas con los paradigmas de desarrollo, de calidad de vida, de calidad humana, de capital social y humano, de modernidad, de posmodernidad, etc.
Una característica central del discurso es que es colonizador y para esto requiere que el ser humano crea en él. Con este cometido se compone de infinitas fachadas que esconden en su seno su verdadera intención. Por esta razón es que se pretende dejar de lado el discurso para superar la colonización; pero eso es extremadamente difícil ya que el discurso está en todos lados: en la tele, en la escuela (sea en la ciudad o el campo), en los libros, en los productos de consumo en general, en las propagandas de todo tipo, en la vestimenta, en la radio, etc., etc. Para dejar el discurso de lado, inevitablemente habría que obviar la mayoría de nuestras prácticas cotidianas.
Además, y esto sí que muestra cómo hasta la posición que pretende dejar de lado lo ideológico sigue muy aplicadamente los instructivos de los paradigmas impuestos, la interculturalidad, como discurso reciente que está teniendo cabida en todo Latinoamérica, propone, en general, dejar de lado la colonialidad del poder e incidir en las relaciones culturales basadas en el respeto mutuo, en la tolerancia, en la pluralidad. Y dejar de lado la colonialidad del poder significa sobrepasar la reflexión ideológica para concentrarse en dar cabida, directamente, a la práctica de la interculturalidad en tolerancia y de forma complementaria. Pero la pregunta es: ¿cómo se puede dar cabida a distintas culturas con sus propias visiones y prácticas de la realidad, si se está aceptando sin ningún tipo de crítica pasar por alto la esencia ideológica de este sistema que es, precisamente, de corte occidental solamente? Nos explicamos. En este sistema en el que todo está estructurado en base a la filosofía occidental, no podemos instaurar prácticas no occidentales, sin un previo desestructuramiento de las leyes, las políticas educativas, las políticas económicas, etc., etc., ya que todas son el fruto de Occidente. No podemos olvidar realizar una crítica a lo teórico al momento de querer cambiar las prácticas. Eso es imposible.
Que conveniente para Occidente que los críticos de los países a los cuáles pretenden recolonizar y re-evangelizar se desentiendan del legado ideológico que les es impuesto cada día. Ahora estamos ante las nuevas corrientes científicas y paradigmáticas que están ingresando en Latinoamérica con mucho éxito. Tenemos las corrientes sistémicas basadas, muy a granes rasgos, en la complementariedad. El discurso de la interculturalidad se contextualiza en el marco de estas corrientes que, aunque parezcan ser revolucionarias, no hacen más que reciclar el sistema. A pesar de mostrarse como tendencias que reflejan o se acercan al pensamiento originario, son bastante lejanas del mismo en su esencia por los siguientes motivos: no parten de la concepción de unidad ser-realidad de lo originario ni de la concepción no antropocéntrica de lo originario, para la cual todo ser de la realidad se autodetermina, es decir, tiene racionalidad. Estas nuevas corrientes enmarcadas en la interculturalidad siguen poniendo al ser humano como la cima de la pirámide y como superior a los demás seres, especialmente porque asumen que el humano es el único ser con capacidad de autorreflexión, tachando a la naturaleza de un ser sin esta capacidad y, por ende, inferior al ser humano. Asimismo, están las corrientes humanistas que, en lugar de ayudar al ser humano a desenvolverse en un ser integral, afianzan con más fuerza el antropocentrismo rotundo que es el que permite justificar el desequilibrio con la naturaleza, la realidad misma y, evidentemente, el mismo ser humano.
No podemos dejar de considerar que la teoría de la hipercomunicación basada en la teoría de onda ha descubierto que la palabra puede generar cambios a nivel genético, lo que implica que es innecesario el proceso de ablación para obtener productos transgénicos con mejores características, por ejemplo. Esto evidencia que la palabra es materia y es práctica inherentemente. Los mismos descubridores de esta teoría indican que los maestros espirituales de todo el mundo siempre supieron esto. Nosotros acotamos que la colonización desvalorizó este conocimiento y lo sigue haciendo sin darle cabida.
No importa cuan trabajado esté el discurso de la interculturalidad, el pluralismo, el consenso, la tolerancia, la inclusión, etc., ya que éste se basa en ejes filosóficos que no corresponden con la complementación. Esto significa que no importa cuanto esfuerzo pongamos en realizar propuestas desde las prácticas e ideas de la gente de nuestro país, ya que estas están apoyadas, en un estrato profundo que escapa la mayoría de las veces a nuestros sentidos (eso es la colonización), en el que las bases ideológicas de Occidente ya se han hecho tuétano en cada boliviano. Hay que ir al fondo de cada palabra para poder realmente descolonizarse de ella, para poder cambiar a cada boliviano, desde cada una de sus células. Esto significa ir a lo hondo de las prácticas también.
No interesa que asumamos nuevos marcos metodológicos y prácticos que intenten reflejar nuestra propia realidad sin ningún tipo de imposición, si los marcos filosóficos que utilizamos y aceptamos se circunscriben a creer y vivenciar que la teoría y la práctica son dos realidades separadas. No importa cuánto intentemos descolonizarnos si no rompemos, primero, con nuestras concepciones dicotómicas que asumen que lo material está separado de lo inmaterial, que lo vivo se separa de lo muerto, que lo racional y lo irracional son dos ejes de una dicotomía, que el ser está separado de la realidad, y todo el sin fin de dicotomías que no reflejan el sentimiento-pensamiento ancestral originario.
Por ejemplo, si como parte de las políticas de tierras queremos hacer interculturalidad entre Occidente y lo Originario, entonces no podemos dejar de considerar que para lo ancestral la tierra es un ser vivo, una familia, un ser con el que el ser humano realiza inter-intraculturalidad. Esto implica romper con la idea generalizada y hecha carne en cada uno de nosotros de que hay una separación entre lo vivo y lo muerto, entre lo orgánico y lo inorgánico, entre lo racional y lo irracional. Estos son ejes teóricos-vivenciales occidentales. Mientras cualquier política se realice sin romper estos conceptos ideológicos-prácticos, entonces las prácticas de cambio se orientarán a destruir la lógica de no propiedad privada que aún persiste en algunas comunidades y personas, así como sus prácticas de complementación en equilibrio con la tierra concibiéndola como un padre, una madre, un hermano, una hermana y una amiga o un amigo. Si no se critica la concepción de lo vivo-no vivo de Occidente, entonces no daremos cabida a la posición que no hace tal separación (la originaria) y determinaremos prácticas colonizadoras dicotómicas, aunque creamos que estamos haciendo lo contrario.
En conclusión, tratar de huirle a los planteamientos ideológicos y teóricos por considerarlos innecesarios o colonizadores o perjudiciales, implica avalar abiertamente una teoría, un discurso, un paradigma: el de la interculturalidad. Esta misma concepción reacia a lo teórico, es una unificación inquebrantable con un marco ideológico. La propuesta de este artículo recae, entonces, en realizar una profunda crítica del discurso-práctica de la interculturalidad y reconocer que, según el sentimiento originario en el que no existen dicotomías, se debería hablar-practicar una inter-intraculturalidad. Esta misma consiste en que las relaciones culturales se dan de forma intercombinada e intracombinada, inseparablemente, entre las relaciones exteriores entre individuos y colectividades de todos los seres de la realidad y, también, se dan al interior de cada ser de la realidad, asumiendo que no existe separación alguna entre lo interno y lo externo, entre lo vivo y lo muerto, entre lo material y lo inmaterial, entre lo racional y lo irracional, etc.

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