jueves, 13 de octubre de 2011

La condición humana, la bicivilizacionalidad y la civilización de la unidad

Ante la realidad inmediata y mediata del proyecto nacional que intenta efectuar el gobierno del MAS, pensamos que es imprescindible retomar algunos criterios que puedan complementar mejor dicha empresa. Es en éste afán que expresamos nuestra preocupación, intuición, sueños y percepciones ante un proyecto nacional que enfoca todo su potencial en la nacionalización de los medios y modos de producción para conseguir un mejor “desarrollo humano”, pero que lo hace únicamente al modo civilizacional occidental.

En este sentido, dicho proyecto queda desprovisto de valor histórico porque no reconoce que no puede más que cambiar el “estilo” o “modo” de explotación del sistema imperante, manteniendo la lógica de explotación capitalista intacta y, es más, permitiendo el desenvolvimiento de más complejas formas de la misma. Asimismo, conserva vigente la propiedad privada y la acumulación desmedida de los medios y modos de producción dentro del contexto de dependencia tecnológica, de gestión y de los paradigmas de desarrollo occidentales. A su vez, es ineludible plantear que los mecanismos, valores, y modos de trabajo del modo civilizatorio occidental son distinguidos por ser esclavizantes, individualistas y verticalistas. Como explicaremos más adelante, este esquema de trabajo sigue su curso de lo simple a lo complejo variando las formas paradigmáticas dentro de la filosofía de la No Unidad, sin plantear una superación de la lógica del poder y explotación. Dentro del desarrollo histórico de la civilización occidental o de la No Unidad, descollamos que la historia de la humanidad, más allá de sintetizar un “crecimiento”, “desarrollo”, “progreso”, “avance”, “desenvolvimiento” de la sociedad humana y el individuo humano, expresa un “crecimiento” desde lo simple a lo complejo, en la historia, de los mecanismos de acumulación de capital político y económico, de la  verticalidad de gestión de los modos de producción, y la consiguiente obstrucción de las reivindicaciones de las mayorías mundiales en constante crecimiento demográfico, impulsando las asimetrías monumentales que producen: la problemática alimenticia, educativa, etnocidica y ecocidica, amparada, hoy, por una nueva etapa del imperialismo que denominamos Neo-Neoliberal. En síntesis, el proceso de desenvolvimiento de los distintos espacios-históricos, en el que se desenvuelven las sociedades humanas, es más proclive a la involución que a lo contrario. La desbiologización de la tierra, de los alimentos y del ser humano, así como la descosmologización y destotalización del mismo, debido a la constante alienación y mutilación de su identidad, es el eje del devenir histórico. En este contexto, no es posible la reemergencia de un ser humano nuevo e integral.  Es así que el estilo de explotación, acumulación e inherente funcionamiento de los mecanismos de alienación y aculturización a los cuales han sido sometidas las sociedades de los países denominados desarrollados, aunque con presentes contradicciones internas de índole social, económica y de poder político, viabilizan la pugna por la superioridad inter-imperial, y no así, por la reconstrucción de una condición humana que  supere las injusticias y desenvuelva un ser humano integral que se sienta una unidad con la realidad. En esta línea, y de acuerdo a los modos de producción, explotación, alimentación y educación inherentes a los países “desarrollados”, la condición humana, en presente, se convierte en emisario de un proceso histórico de aculturización y desnaturalización (re-colonización y re-evangelización) que enajena cada vez más la identidad humana. Las tendencias anti-ser humano integral, así como las directrices en contra de la naturaleza y la realidad en general, paulatinamente han sido transportadas a los lugares más recónditos del mundo y específicamente de Bolivia, mediante medidas políticas que algún día fueron ovacionadas (participación popular, capitalización, la reforma educativa al estilo occidental), que no se han complementado con las particularidades culturales y, contrariamente, han fomentado la deconstrucción de las naciones indígena/originarias y la esencia civilizacional de la Unidad, han oprimido y desvirtuado la identidad en su profundidad o esencia coartando la posibilidad de una verdadera inter-intraculturalidad. Es éste el proyecto que se consolida con la nueva investida Neo-neoliberal, imposibilitando de antemano la interdependencia cultural, científico-tecnológica, filosófica, histórica y medioambiental entre los viejos paradigmas occidentales y el bagaje civilizacional no occidental que sobrevive en las sociedades latinoamericanas, el cual debe considerarse como un nuevo-viejo paradigma. Nuevo, porque detenta una nueva esencia filosófica distinta a la que es cimiento de los paradigmas que devienen de Occidente, y vieja debido a que existe desde tiempos anteriores a la conquista de América. En este contexto, consideramos que no se podrá construir un proyecto integracionista a través de la pluralidad nacional, debido a que esta última es concebida desde los paradigmas etnocéntricos de occidente, con su lógica de acumulación, producción y reproducción de capital. Mientras las reglas de juego del poder político occidental continúen imponiéndose a las múltiples particularidades o formas de la civilización no occidental que aún perduran dentro el contexto nacional, más seguro y destructivo se convierte el proceso de aculturización y alienación.     La explotación ha sido un eje importante en la historia humana, la cual ha sido enmarcada en la lesa condición humana actual que conocemos, transversalizada por la lucha de clases y la apropiación de los modos de producción al estilo occidental. Esta lucha ha sido sostenida gracias a los mecanismos de poder que caracterizan el accionar del ser humano de no unidad o mutilado. Foucault dijo que hombres como Marx y Freud nos aclararon la figura de la explotación, pero no así de cómo se conserva el poder y sus características. Extiende Foucault, en conversación con Deleuze, apuntando que: el poder es una cosa enigmática, a la vez visible e invisible, presente y oculta, investida en todas partes. Recalca, también, una faceta innegable sobre la manera en que se propaga el poder en todos sus niveles al decir: el poder se encuentra tanto a nivel del policía como del primer ministro, y que no existe en absoluto una diferencia de naturaleza entre el poder que ejerce un simple policía y el poder que ejerce un Ministro […] (haciendo) que los partidos o los sindicatos, que tendrían o deberían tener inversiones revolucionarias en nombre de los intereses de clase, pueden tener inversiones reformistas o perfectamente reaccionarias a nivel de deseo.[1] El hecho es, acotamos, que la lógica de poder es el producto de una sola esencia, una sola filosofía, la de No Unidad u occidental, y mientras los más críticos no salgan de los marcos de esta filosofía, continuarán reciclando el sistema y terminarán siendo, tarde o temprano, reformistas, nada más.  A la figura del poder debemos agregar ciertos criterios. Pensamos que dentro el entendimiento del poder existe un potencial tendiente a fortificar las contradicciones inseparables a la práctica política jerarquizada y, por ende, la inherente abstracción y escisión que sufren los representantes políticos en ejercicio de su base social, brindándose a las preferencias individualistas que propone el sistema, cancelando el uno-todo o el individualidad-colectividad. Otra faceta del ejercicio del poder, desde la perspectiva individualista, radica en la tendencia a separar o diferenciar las contradicciones espaciales, sociales y culturales suscitadas de los efectos particulares que el sistema de la No Unidad produce hacia dentro y hacia afuera de manera combinada e intracombinada, perdiendo el sentido profundo de ver, en cada representación, la diferencia-semejanza espacial, cultural, social, política, económica, biológica, genética, tecnológica a la cual se enfrentan las distintas colectividades e individualidades. La construcción del discurso político en sí, fomenta la particularización y la diferencia únicamente, para ejercer contrariedad y apoyo. Como faceta externa vemos, hoy, que el imperialismo, conciente de la naturaleza del ejercicio del poder, explota la condición humana, fomentando proyectos similares a la “Balcanización e Iraquización” que, en sí, esclarecen la naturaleza del poder, instando la dicotomización social y fomentando los proyectos regionalistas separativos (ahora autonomistas, figura presente en varios países latinoamericanos: Venezuela, Ecuador, Bolivia), resaltando la naturaleza inducida a procrear republiquetas que impiden conjugar una visión de Unidad Nacional.      Partiendo de estas figuras, la conciencia individual-colectiva y colectiva-individual continuará siendo corroída por las embestidas re-colonizadoras y re-evangelizadoras que tienen como objetivo profundizar la escisión ser-realidad. Las formas de dominación que partieron de lo sencillo (esclavitud) a lo complejo (etapa Neo-neoliberal), surgen de la misma característica civilizatoria fundamental: la dicotomización del ser, desarrollando cada vez formas más complejas de oprimir la condición humana. El desarrollo progresivo de las sociedades colonizadas, diseminado a través de los métodos de aculturización y re-evangelización en sus diferentes etapas (neocolonialismo inglés y la evangelización desde 1826 hasta la segunda Guerra Mundial, la neocolonización norteamericana y la evangelización desde 1945 hasta la década de 1970-80, y la actual recolonización por norteamericanos, europeos y asiáticos unidos a la re-evangelización), persiste en la persecución de las agrupaciones humanas, fomentando los valores, símbolos y filosofía de No Unidad. Es así que, una vez asimilados los contingentes humanos a esta estructura filosófica, las reivindicaciones enmarcadas dentro de los esquemas civilizatorios de Occidente pierden la potestad crítica y no buscan enfrentar los sistemas de poder, sino que, en gran medida, no hacen más que viabilizar aquello mismo que produce las contradicciones. En su fondo, las luchas tienden a darse entre fuerzas análogas que pelean por modos menos vehementes de explotación, alienación y aculturización. Este proceso, que con la faceta imperialista actual ahonda la búsqueda y ejercicio del poder, desemboca en un proceso degenerativo implacable de la condición humana, producto de los miles de mecanismos históricos ejercidos para aplastar el resurgimiento de la conciencia de Unidad del ser con su realidad. Lo realmente alarmante de todo esto es que la conciencia individual-colectiva y colectiva-individual ha sido destruida y alienada de modo progresivo con excelentes resultados, tanto así que existe una seudo-conciencia que asume que la esclavitud laboral y de otras formas ha sido superada, cuando la misma está alcanzando niveles de complejidad con mecanismos de subordinación cada vez más inteligentes. El individuo-colectividad y colectividad-individualidad reacciona ante esta arremetida esclavizante con las llamadas enfermedades de la civilización, el estres y otros males, los que no son achacados a la esclavitud, sino a indisposiciones sociales que son consideradas “normales”. Ya no existe una conciencia crítica de la condición humana en general. Los ataques apuntan a las formas de esclavitud (condición social, cultural, económica, política, educativa…) y no así a la esencia de la misma (la condición humana). En este sentido, el rol del intelectual imprescindiblemente debe ser reorientado e impulsado a otra dimensión de conciencia que interiorice y asuma que el colonialismo se hace tuétano, se hace carne en cada ser humano. Descolonizarse implica, por lo tanto, desvestirse de los propios músculos, tejidos y células. Consiste en alcanzar un diferente estado vibracional de “conciencia” y vivencia que permita al ser humano recuperar todas las facetas que ha dormido gracias a la mutilación y alienación que ha sufrido y continúa sufriendo por obra de la colonización y evangelización con sus nuevas etapas de re-colonización y re-evangelización.  Se trata de despertar, en un proceso de autodespertar, autoformación o autodesenvolvimiento, la información genética dormida en cada una de las células del cuerpo y trabajar internamente una nueva estructura y esencia celular. En síntesis, es un proceso de automutación biológica-psíquica-espiritual el que detonará los procesos descolonizadores convenientes para llegar a constituir un nuevo Ser Humano Integral. En este contexto, el poder es parte de la conciencia colonizadora mencionada. Todas las individualidades-colectividades contienen en sus células y su información genética el germen de la dicotomización y sus derivativos, los cuales dan vitalidad a la lógica de poder. En otras palabras, el poder no es solamente una estructura de pensamiento y acción individual y colectiva, es también, una energía-materia con una específica velocidad de vibración que se combina e intracombina con la específica intensidad de vibración de cada ser humano y de cada colectividad de seres humanos. El poder es una realidad energética-material que forma parte del vacío de identidad del ser humano de No Unidad o colonizado y recolonizado y es, al mismo tiempo, una realidad que transversaliza el vacío de identidad de las colectividades. El poder no es ni estructural, ni objetivo ni subjetivo, es la combinación e intracombinación de todos ellos. Por este motivo, los movimientos denominados revolucionarios, en determinado momento-espacio de su lucha por el cambio, sucumben ante su propia carne y terminan por ser funcionalizados y por funcionalizarse, frustrando la lucha política y, más aún, la lucha por el autocambio y la automutación de la realidad material-energética del poder que contienen en sí mismos y en el cual son contenidos simultáneamente. Por lo tanto, cuando se impulsan cambios históricos de apropiación de los modos de producción y acumulación de capital y recursos económicos con el objetivo de posibilitar mejores y más justas condiciones de vida para las sociedades humanas, no se hace más que allanar la crisis de identidad que deviene de la No Unidad y sus esquemas de economía no integrada con la propia identidad del medio ambiente, la naturaleza, la tierra y el cosmos en general. Los parámetros de la economía capitalista no se comprometen con el respeto a la naturaleza viva, y como estas medidas están hechas tuétano en cada ser humano, entonces nos encontramos ante el siguiente problema: la lógica celular del ser humano está programada y se autoprograma constantemente para avalar la lógica (o energía-materia) de economía de la No Unidad o de la colonización y sus etapas.  El humano antropocéntrico no puede hablar del desarrollo de un nuevo humano, de una conciencia y vivencia social/medioambiental ni de mejoras de la condición humana, mientras sus fuerzas productivas imposibilitan la re-emergencia o reaparición de la naturaleza humana integral, debido a las consecuencias medioambientales inherentes a la industrialización, la lógica del mercado de comercio mundial y la necesidad imperante de crecer y competir. Sobre esta falsa naturaleza humana, mezquina y enajenada de su realidad, se puede decir que la posibilidad de superar la explotación del humano no es posible si no se deja de explotar también a otros seres de la tierra y la realidad. La unidad indisoluble de la realidad explica el hecho de que los actos desequilibrados con la naturaleza, el cosmos y la realidad, conllevan actos del mismo orden con el mismo ser humano, a pesar de que la intención sea la contraria. Es el antropocentrismo el que lleva a la especia humana a caracterizarse por su falta de identidad, por su desbiologización, descosmologización destotalización. La filosofía que alimenta la civilización occidental desvirtúa la unidad de la realidad separando todo lo que existe y muestra a la realidad de forma invertida, hecho que hace que toda acción, pensamiento y sentimiento que pretenda proponer un verdadero nuevo paradigma para superar los “males” de esta civilización, culmine en un resultado también invertido, es decir, tan “desequilibrado”, tan dicotomizado y tan contradictorio como el paradigma que lo antecedió.  Acomodando lo recientemente explicado a la realidad social y económica tenemos lo siguiente. Primero, lo que entendemos por burguesía o clase explotadora, dueña de los medios de producción en la actual etapa Neo-Neoliberal, es la expresión y el resultado de todo el bagaje espacial-temporal histórico que ésta ha desarrollado en la totalidad de la realidad y no solamente en la específica realidad de lo humano. Esto significa que la clase apoderada de los medios de producción no solo usurpa la tenencia o propiedad de los medios de producción, sino que participa en la planificación de la violencia, incita la dicotomización social, crea el hambre y el desabastecimiento, disemina enfermedades, implora la consolidación de los sistemas de aculturización educativa, el crimen en todas sus manifestaciones, perpetúa la explotación de la naturaleza y consolida, cada vez más, la filosofía de no unidad del ser humano con su realidad total . Segundo, el explotado tiende a convertirse, en algún momento de su lucha, en un ser similar al grosero que lo subyuga, debido a su inconciencia y su vacío de identidad que no le permite mutar a un nuevo ser humano. Se única opción es ser subyugado o subyugador.      Ante el escenario descrito, ¿puede un gobierno auto-sustantivado de cambio trastocar la condición humana en su actualidad? En el largo camino hacia lo Humano Integral, éste, para alcanzar sus metas, debe amar a la naturaleza. De lo contrario, se dirá que lo humano fue un sueño. La “transformación” de la naturaleza (sin dañarla, hoy) es tarea de lo Humano Integral, para que éste, por el consenso, el equilibrio, la complementariedad, la autocomplementación y el respeto a cada identidad individual y colectiva en su diferencia-semejanza, tenga el “habitat” donde pueda realizarse en todas sus dimensiones de existencia. Si lo Humano “no cuida” a la Naturaleza, como elemento en el cual es contenido y al cual contiene, fracasará frente a su “destino”. Sus metas nunca serán alcanzadas, y de lo Humano “nada quedará”. [2]   Ante todo lo expuesto hasta ahora, pensamos que sí se puede impulsar cambios profundos que repercutan dentro del contexto global, pero ante esta interrogante de visión de mundo, de individuo y de país, debemos exaltar que el proceso de descolonización es, en sí, la única vía que puede antelar algunas fisuras dentro el delicado y violento período en que la humanidad se sitúa.  Este proceso de descolonización que implica deconstruir aquello que enceguece, debe venir a partir del individuo, de la conciencia y el deber que uno tiene. Solo sintiéndose el todo y a su vez uno, puede éste, precursar las olas necesarias para Ser y llegar al horizonte. Es por todo esto que debemos replantear estrategias políticas trascendentes y de largo aliento, que manejen, entre el tejido de propuestas académicas y desde las bases sociales, la conformación del Estado Plurinacional y Multicultural dentro de un paraguas civilizatorio que unifique la característica bi-civilizatoria boliviana (Occidental-Indígena/originaria), impidiendo la atomización territorial y la introducción de vías de consenso, coherentes y necesarias, que paralicen métodos de descomposición del remanente civilizatorio indígena/originario. El estado debe precisar, ante el contexto Neo-neoliberal y la realidad bi-civilizatoria nacional, una reformulación de la praxis política y las inherentes particularidades culturales y económicas nacionales, superando la definición abigarrada de lo social-nacional, para avanzar más allá de los complejo, corrigiendo la orientación de confrontación inherente a los centrismos étnicos y regionalistas del discurso dicotomizante, y proyectando un verdadero discurso-praxis integracionista. En esta medida, debemos dejar atrás la característica confrontacional o dicotomizante y aplicar en la nueva Constitución Política del Estado conceptos o lineamientos macroestatales que no se atengan a interpretaciones funcionalizables al proyecto imperialista. De otra manera, seguiremos un camino de difícil consecuencia para el proyecto de Estado en mano.  Consiguientemente, sentimos que el discurso de lo plurinacional y multicultural debe ser aproximado con prudencia, enalteciendo la reconstrucción paulatina de las particularidades civilizatorias de nuestras numerosas nacionalidades en un proceso simultáneo de  construcción de una identidad nacional. Consiste en construir una  base identitaria de diferencia semejanza. En la dimensión de la diferencia se debe impulsar la autonomía de cada identidad grupal o individual de los bolivianos, y dentro la semejanza, consolidar una esencia de identidad nacional que trasnversalice, como una red o, mejor dicho, que contenga y sea contenida por cada identidad particular. No se trata solo de incluir a pueblos no occidentales y sus paradigmas dentro del proyecto de nación, implica, además, que todos los bolivianos que asuman los paradigmas occidentales y se sientan integrados por los anteriores proyectos de nación, incluyan en sí mismos los paradigmas de los “otros”. Es decir, proponemos un proyecto de una comunidad de naciones que dé las posibilidades materiales y de desenvolvimiento pleno a las múltiples nacionalidades. La construcción del proyecto nacional, debe impulsar una protección verdadera, concreta y realizable ante las arremetidas externas. No debemos olvidar que la compleja situación administrativa del estado en su actualidad estará inducida constantemente por la fuerza enmarañada de los intereses internos y externos que buscan la continua  realimentación de la civilizacional de la No Unidad. No está de más recordar que el poder que esta ejerce sobre la mayoría de los seres humanos demuestra la habilidad de articulación y resistencia al cambio que se manifiesta en múltiples frentes, espacios, tiempos y, también, en el interior del mismo ser humano, pues es desde él y sus pensamientos, deseos, ilusiones y prácticas que se posibilita la devastación  del remanente de la civilización del Humano Integral.  Es por esto que la naturaleza del reaccionario y del revolucionario es tan parecida.  Por estas razones claras, nuestro esfuerzo y método solo podrá tener éxito a través del deber individual, apuntando conjuntamente, con toda la conciencia de ser un uno-todo, reivindicaciones desde la arena política, combinados con la irrupción espacial, cultural y social descolonizante, que eche a tierra los proyectos universalistas de alimentación y educación occidentalizada. Por esto reiteramos que no sólo apuntamos cambiar las manos que detentan los  medios de producción y el poder político para planear el destino de las sociedades, sino mucho más que eso. Hablamos de otro devenir de convivencia y desenvolvimiento más próximo a los objetivos que clamamos, intuimos y necesitamos, que postre la total destrucción del verdadero tesoro nacional, y evite la total destrucción de los remanentes de otra concepción ontológica, epistemológica y gnoseológica que fue quebrada sistemáticamente por el “mito de la modernidad” y “progreso”.  Es importante mencionar, para el juicio histórico, la creación del “mito de la modernidad”, impulsado en las obras de Ginés de Sepúlveda por la iglesia católica para consolidar y fomentar los proyectos de colonización que hoy en día siguen, en su esencia, fomentando las acciones bélicas y “modernizadoras” del mundo occidental, posibilitando y habilitando las atrocidades que, en la fase actual Neo-neoliberal, permiten la incursión inter-imperial para conseguir la permanencia de sus modelos de desarrollo, educación, política y, consiguiente, filosófica mediante nuestros sistemas educativos que reciclan la escisión humano-realidad. Pero qué es exactamente la “modernidad”. Ésta representa la determinación de la civilización occidental de denominar a las culturas ajenas a sus bases filosóficas como inferiores, rudas, salvajes, sujetos de una culpable “inmadurez”, instaurando a los mecanismos de la colonización (guerra, violencia, sistemas educativos) que se ejerce sobre el ‘otro’, como necesarios y “utiles” por el “bien” del bárbaro que se civiliza, que se desarrolla o “moderniza”. Enrique Dussel dilucida que el “mito de la modernidad” permite victimar al inocente (al otro) declarándolo causa culpable de su propia victimización y atribuyéndose el sujeto moderno plena inocencia con respecto al acto victimario, resaltando que el sufrimiento del conquistado (colonizado, subdesarrollado) será interpretado como el sacrificio o costo necesario de la modernización[3].      Pero, a su vez, este proceso del “reconocimiento del otro” se aleja del sentimiento de la diferencia-semejanza, porque olvida que en un estrato más profundo del que podemos ver (a nivel de información genética) todos somos semejantes. Occidente ha escondido a la semejanza, detrás de la ilusión de la igualdad, debido a que la semejanza-diferencia abre paso a una re-evolución filosófica, paradigmática, de enfoque y de modo de existencia, que le devuelve a la filosofía Originaria (o Indígena) su estatus de verdad, con su propia ciencia[4]. Primero se ha desplegado la idea de que Occidente es una cultura y toda colectividad que no sea Occidental, es una cultura más, generalmente denominada etnia. Esto permite que Occidente se muestre como una gran civilización, frente a miles de culturas pequeñas y diferentes, y desde esta posición se impone como la más grande y como la portadora de la verdad, mientras que las otras miles tienen sus “verdades étnicas” (etnomedicina, etnoturismo, etnohistoria) denominadas “saberes locales”, lo que las posiciona en peldaños menores a los de conocimiento (no saber) universal (no local) de Occidente. Todas estas culturas divididas a nivel teórico y práctico por el avance de la modernidad y la ciencia, comparten una misma filosofía, lo que las hace pertenecientes a una misma civilización que se podría denominar del Humano Integral (siempre y cuando ninguno de estos términos se remita a un territorio, a una lengua, o a cualquier concepto y realidad etnocéntrica o divisionista).  Por esta breve exposición pretendemos brindar el uso conceptual del estado bicivizacional, que es más proclive a la integración. En la coyuntura política y cultural actual, nos encontramos ante la escisión oriente-occidente que empieza a calar hondo dentro de nuestra identidad indígena/originaria. Relatamos una anécdota muy esclarecedora de tal enunciado. Tuvimos un encuentro cercano con un asesor de los movimientos sociales, quien nos remarcó que las diferencias entre los indígenas/originarios de occidente y oriente se da porque las culturas que se desarrollan en la parte andina profundizaron mas el sentimiento de la Unidad con la tierra que aquellas culturas que se desenvolvieron y desenvuelven en el occidente boliviano. Noten cuan importante contribución, quizá sin la menor intención de diferenciar a los movimientos indígena/originarios de oriente y occidente en su cometido reivindicativo inmediato, pero delata rígidamente los futuros desacuerdos y problemas territoriales internos de las particularidades regionales que se irán suscitando. Los puntos de encuentro entre las culturas andinas y las de las tierras bajas empiezan a alejarse cuando, en realidad, están totalmente combinadas. Extensa bibliografía y experiencias demuestran que las últimas sostienen una filosofía de unidad con la naturaleza, sólo que la expresan en formas culturales diferentes a las de las culturas andinas. La diferencias-semejanza, consolidada en una misma esencia que denota y connota diferentes formas culturales, es un hecho evidente, pero el discurso dominante la opaca con sus vericuetos tan eficazmente influyentes en la estructura-organización  identitaria de cada una de las células de cada ser humano. Y no podría ser de otra manera, la existencia de un sin número de medios de difusión de este discurso, desde la familia hasta la formación profesional, permiten mantener al ser humano totalmente dormido a la realidad unificada. Así, mientras los parámetros del modo operacional del poder se mantengan dentro la lógica: racional, dicotomizante y verticalista, siempre existirán unos que se impongan a otros, no pudiendo los unos ver la semejanza mas profunda que debería ser la proeza necesaria para romper los paradigmas de poder. El Vice-Presidente Álvaro García Linera acentúa que un régimen civilizatorio es más que un modo de producción pues integra la matriz cognitiva y los procedimientos de autoridad que regulan la vida colectiva; asimismo, una civilización puede atravesar varios modos de producción, como, por ejemplo, la comunidad arcaica y la comunidad rural, que siendo dos modos de producción diferentes compartieron similares matrices organizativas de la vida[5]. Agregamos que el modelo civilizacional occidental, también atravesó varios modos de producción en sus fases: esclavista, feudal, capitalista y socialista (modo de producción que no superó la dicotomía naturaleza-sociedad, que lo sujeta al modelo de civilización de separación ser-realidad), todos partiendo de la misma esencia civilizacional occidental.  No se puede restringir, en ésta medida, el método de enfoque de lo civilizacional a los aspectos económicos ni tampoco al tema de la heterogeneidad o la diferencia. Más allá de las diferencias o particularidades de forma entre las múltiples naciones de Bolivia, un vínculo sólido de semejanza debe complementar a las diferencias de forma.       Es menester plasmar un candado jurídico que consiste en plantear un Estado bicivilizacional en lugar de multicivilizacional. La idea impuesta por Occidente de que las culturas no occidentales son pequeñas y múltiples civilizaciones derivadas de sus formas culturales y manejo económico, les quita a las mismas la posibilidad de unirse. Al despojar a las culturas no occidentales de su esencia filosófica compartida: la unidad ser-realidad, se las condena a la separación y al enfrentamiento cultural. Mientras tanto, Occidente se posiciona como una sola civilización, a pesar de mostrar variadas formas culturales, como diferentes modos de producción. Esto le da hegemonía debido a que lo convierte en la civilización que detenta el conocimiento universal frente al saber local y heterogéneo de las distintas civilizaciones no occidentales. De esta forma, con este candado que le devuelve a las culturas no occidentales su semejanza, sin quitarles su diferencia, se posibilita, a largo plazo, potenciar la fuerza de la civilización del Humano Integral, que no es estrictamente indígena/originaria, así como también debilitar la avasalladora hegemonía de Occidente, equilibrando la situación de dominación actual. No podemos negar que dentro de los marcos políticos actuales persiste la práctica monoétnica y monocivilizatoria, no pudiendo plasmarse hasta el momento una apertura real y concreta de gobierno hacia verdaderas vías de complementariedad civilizacional. Dentro de esta aseveración, instamos a la complementación civlizacional vía los mecanismos jurídicos que, en un futuro, críen un comienzo que comprenderá auténticos mecanismos de descolonización. Retomemos lo que Rousseau pronunció sobre el rol del legislador: “el que se atreve a emprender la tarea de instituir un pueblo, debe sentirse en condiciones de cambiar, por decirlo así, la naturaleza humana; de transformar cada individuo, que por si mismo es un todo perfecto y solitario, parte de un todo mayor, del cual recibe en cierta manera la vida y el ser; de alterar la constitución del hombre para fortalecerla; de sustituir por una existencia parcial y moral la existencia física e independiente que hemos recibido de la naturaleza”[6]. Prevemos que los mecanismos jurídicos que viertan de la Asamblea Constitucional ni siquiera apuntan a interrumpir las prácticas monoétnicas y monocivilizatorias porque no se cuestionan decisivamente sobre los fundamentos filosóficos de las leyes, sobre el tipo de país o casa en que vivimos, y cuan profundo ha trasminado la realidad re-colonial y re-evangelizante descrita con anterioridad. Debemos tener en cuenta los factores que Sun Tzu expresa en el Arte de la Guerra: debe existir un verdadero conocimiento del terreno en que nos movemos, del tiempo en el cual vivimos, y de la disciplina individual necesaria para conformar la comunidad de naciones bolivianas. Sin estos factores cualquier propuesta y decisión política pierde validez debido a que no se contextualiza. Lastimosamente, la Asamblea Constituyente no ha terminado de contextualizarse y, por ende, no reconoce la importancia de hacer frente a la etapa neo-neoliberal, re-colonizadora y re-evangelizadora que profundiza los procesos de imposición de la filosofía occidental sobre la originaria. La fuente filosófica sobre la cual se están plasmando las nuevas leyes sigue siendo la hegemónica, de eso no hay duda.  Contáctenos a thunhupha yahoo.com
[1] Foucault, Michel. Microfísica del poder: Los intelectuales y el poder, entrevista Michel Foucault-Gilles Deleuze. Las Ediciones de La Piqueta, 1979. Pg.83-85 [2] Illescas, José. Perú: Hora Zero. Editorial Runa Soncco pg: 14 [3] Dussel, Enrique. 1492 EL ENCUBRIMIENTO DEL OTRO: Hacia el origen del mito de la modernidad. Plural 1992. La Paz-Bolivia. pg: 70. [4] Algunas reflexiones en torno a los nombres “indígena” y “originario”Aporte a la Visión de País. Publicado en http://www.bolpress.com/%22http://www.rebelion.org/%22, fecha: 5/12/2006  [5] García, Álvaro. Estado Multinacional. Editorial Malatesta. La-Paz. pg. 44 [6] Rousseau, Juan Jacobo. El Contrato Social. Editorial Lima. pg:203

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